Nuestra humanidad pecadora nos arrastra a descubrir nuestra buenas obras delante de los demás, y a esconder las malas. Todo lo contrario que lo que debemos hacer, pues debemos ocultar las buenas y pedir perdón por las malas tratando de corregirlas y mejorarlas. Es la tendencia humana, satisfacer nuestra vanidad y presumir delante de los demás.
Sólo basta fijarnos cuando hablamos de nosotros a los demás. Nos ponemos siempre en buen lugar y tratamos de aparentar y disimular nuestros defectos y errores y sobresaltar los buenos. Es la tendencia normal contra la que hemos de luchar. Estar permitido caer, pero prohibido detenerse e instalarse en esa mediocridad y actitud avariciosa.
Necesitamos la reflexión y el sacramento de la Penitencia, para, en la Eucaristía, retomar fuerzas y fortaleza para levantarnos e ir erradicando todas esas debilidades para convertirla en buenas actitudes humildes que alejen de nosotros esa presunción vanidosa ante los demás. El Señor es nuestro publico y Él solo nos basta.
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