El amor que damos a nuestros hijos que, aparentemente
se muestra gratuito, no es tal, pues en lo profundo de nuestro ser reclamamos sus
cuidados y nos encontramos con nuestros derechos de exigirles obediencia y
respeto. De acuerdo que así debe ser, pero no por decreto y derecho nuestro,
sino en correspondencia voluntaria al amor recibido. ¿Y les damos ese amor?
Muchas veces, quizás sin darnos cuenta, los hemos
utilizado y les exigimos mirando más a nuestro orgullo y satisfacción que a su
propia conveniencia. Les queremos elegir pareja, vocación o carrera y hasta
formas de vida…etc. Y todo para sentirnos orgullosos e importantes. Para quedar
como unos padrazos.
Pero,
¿en realidad pensamos sólo en el bien de ellos? ¿O miramos para nosotros queriendo recuperar
todo lo que en ellos hemos invertido? Posiblemente no sea así, pero, sin darnos
cuenta, hay mucho de eso en nosotros. Mateo dejó su mostrador de impuesto y se
entregó a compartir su vida desde Jesús con los que la necesitaban. ¿Pensamos
nosotros, desde nuestras circunstancias responderle al Señor de la misma forma?
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