La historia de la vida del hombre está llena de retos
que empiezan y terminan en la capacidad humana del mismo hombre. Y estos retos
son, muchas veces, insuperables y nos invitan a abandonarlos. El creyente,
sintiéndose enviado por el Señor desde su bautismo, no pone el acento de su
misión en sus propias fuerzas, pues se equivocaría. Las pone en la Gracia de
Dios.
Por eso, a pesar de que hay que tener en cuenta los
medios humanos, la fuerza de todo está en la confianza en la Gracia de Dios.
Somos enviados por Él y Él actuará en la medida que nosotros confiemos en Él y
pongamos todo lo de nuestra parte.
Claro,
está el sentido común y no vamos a ser imprudentes y acometer misiones que no
están a nuestro alcance y sobrepasan nuestras capacidades. Pero, puestos en las
Manos del Señor, haremos todo lo que el Espíritu de Dios nos vaya suscitando, a
pesar de que nuestras capacidades y medios no sean lo suficientes. Porque, todo
nuestros impulsos y fortalezas residen en la Gracia del Señor.
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