En la Iglesia ocurren cosas
que no son muy del agrado de todos. Unas veces porque anteponemos nuestros
proyectos y gustos, y otras porque no son de nuestro agrado. Entonces nos
rebelamos y criticamos. Tratamos de justificar nuestras razones, pero en el
fondo no nos gustan las nuevas corrientes.
Nos comportamos como esos
niños que juegan en las plazas. Discutimos y nos enfadamos y nos negamos a
seguir el juego. Cada cual elige su camino, su proyecto o tendencia y no
queremos seguir la que nos propone la parroquia. Al otro párroco le achacamos
que era muy cómodo y que se ausentaba mucho de la parroquia.
Y a este nuevo nos parece muy activista, quiere estar
en todo y manda mucho. ¿Con quién nos quedamos? A todos les encontramos
defectos y maneras para criticarles y ponerles pegas. Y también a los que se
incorporan nuevos. ¿Qué hacer? Mejor callar y adoptar, en el Espíritu Santo una
actitud de obediencia y de humilde silencio arrimando el hombro.
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