Nacemos herido por el pecado
y, por el Bautismo somos limpio y aceptados como hijos de Dios. Eso nos da la
posibilidad de vencer al pecado y al mundo en que vivimos y seguir el camino de
Jesús hasta, después de la muerte, ser resucitado por la Misericordia de Dio y
los méritos de su Hijo Jesús ganado con su voluntaria muerte de Cruz.
Pero, la batalla de cada día
no se presenta fácil. Es dura y exige mucha voluntad y esfuerzo, pero, sobre
todo, permanecer junto al Espíritu Santo, recibido en nuestro Bautismo, y en
constante oración de cada día y frecuente, si no diaria, del alimento
Eucarístico.
El mundo es una constante tentación. Nuestra
naturaleza está herida y tocada por las seducciones que el mundo nos propone. Y
el diablo sabe usarlas muy bien y, apoyado en la mentira y el engaño, encuentra
siempre como seducirnos y engañarnos. Nuestra ambición sin límite se las pone
en la mano.
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