La vida misma se encarga de ofrecernos los momentos de ayuno
y de penitencia. Son esos momentos de oscuridad, de incertidumbre, de duda y de
tribulación. Esos momentos exigen ayuno, penitencia y sacrificio para
centrarnos en lo fundamental que es el Señor y su presencia.
Estando con el Señor la vida, aun dura y sufrida, se hace
más llevadera, más suave y más soportable. Él es el único y verdadero camino y
recorriéndolo con Él soportamos los malos momentos y las tribulaciones. En Él
recobramos la paz y la alegría.
Él nos enseñó en el
desierto las dificultades de la travesía y la preparación con el ayuno, la
soledad, la oración y el sacrificio. Ese es el camino cuando las dificultades
aparecen, pero sin dejar de tener conciencia que estamos con el Señor y en Él
nos regocijamos y nos alegramos.
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