Supongo que aquel mayordomo
quedó sorprendido cuando saboreó aquel vino que le dieron a degustar al final.
No era eso lo acostumbrado ni lo apropiado. Mejor el vino bueno al principio y
luego, cuando ya el paladar y el gusto están hartos sacar el malo.
Ahora, cuando todos estaban bebidos
y casi difícilmente podían saborear el nuevo vino, los sirvientes, que sabían
lo que contenían las tinajas, le presentaron de manos de Jesús el vino bueno.
Es un adelanto y una premonición de la vida eterna que espera a todos aquellos
que creen y siguen al Señor.
También nosotros esperamos que el Señor transforme el
agua insípida de nuestra vida en vino de buen gusto de exquisito paladar, para
que, al final, nuestras buenas obras den el gozo y la alegría de saborear la
presencia del Señor eternamente.
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