Sin lugar a duda, la humildad
nos conviene bastante y nos sitúa en el justo lugar de nuestra medida. No es
bueno ni conviene pasarnos de la medida de nuestro ser y obrar, porque todo nos
viene de Dios y es Él el único meritorio digno de ser tenido en cuenta.
Por lo tanto, sin darnos
cuenta, de la misma forma que crece la semilla sin advertirlo el ojo humano,
así es la Gracia de Dios que actúa en nosotros para hacer el bien y dar
verdaderos y buenos frutos según su Voluntad.
El Reino de Dios es como una semilla que plantada en
nuestra tierra buena del corazón crece poco a poco y llena nuestra vida de
hermosos y buenos frutos. Pero, para ello necesitamos cuidarlo, abonarlo y
regarlo con el agua de la Gracia y dejarnos trabajar por la acción del Espíritu
Santo, el mismo que hemos recibido en nuestro bautismo.
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