Los niños
encarnan la inocencia y la pureza. Ellos están limpios por dentro y confían en
lo que les dicen los mayores, sobre todo sus padres. Se saben inferiores y están
abiertos a toda enseñanza. Sin embargo, todo cambia con el crecimiento y la
llegada a la etapa madura.
Entonces, no
se aceptan las cosas sin antes pasarla por el filtro de la razón. Y si la razón
no ve claro lo enseñado se rechaza. Ya no se confía como en los primeros años,
cuando se aceptaba y confiaba en todo lo que sus padres les enseñaban y decían.
Ahora la razón exige entender lo que se quiere transmitir.
Por eso,
Jesús nos dice que tendremos que volver a ser como niños para poder aceptarle y
seguirle. Porque, hay muchas cosas que no alcanzan a entender y que sólo lo
harán abriendo sus corazones al Espíritu Santo, que les asistirá y les
fortalecerá la fe.
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