De la misma forma que aceptó la elección para ser la Madre
del Mesías enviado, María entregó su vida obedeciendo la Voluntad del Padre
para ser la Madre del Hijo predilecto y, con su obediencia y entrega,
participando en la obra redentora de su Hijo.
Y, al pie de la Cruz, recibió la misión de ser la Madre de
todos los hombres y de acompañarles, como Madre, hasta el pie de sus propias
cruces en el camino de sus vidas. Ella es la Madre que nos alienta y nos anima
a caminar cargando también la cruz de nuestros pecados hasta llevarnos a su
Hijo.
Por todo ello, cada día, en nuestras oraciones recordamos
como María, nuestra Madre, está con nosotros siempre. Ella nos acompaña hoy,
mañana y siempre, y se preocupa por nosotros. Cada día le pedimos que, en la
hora de nuestra muerte, ruegue por nosotros. Amén.
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