En la hora de nuestro bautismo quedamos configurados como
sacerdote, profeta y rey. Y eso nos descubre el liderazgo que cada uno forma en
su propia familia, trabajo o grupo más íntimo. Mientras somos ovejas para uno,
también somos líderes para otros.
Y ese liderazgo nos compromete a que nuestra vida sea
coherente. Es decir, si nuestra palabra contradice nuestras obras, nuestro
liderazgo se pierde y dejamos de ser referencia para los que, de alguna manera,
lideramos.
Por tanto, somos responsables de los que tenemos a nuestro
derredor y para los que somos referencia y líderes. Eso nos exige mirar para
nuestro interior y ver las vigas de nuestros propios ojos, para, luego, con
serenidad y autoridad limpiar las motas de los otros.
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