Por tanto, desde esta perspectiva, tú, y yo también, tenemos el compromiso, desde la hora de nuestro bautismo, de anunciar la llegada del Reino de Dios. Y lo hacemos desde el descubrimiento de nuestros propios carismas y la actitud abierta a la acción del Espíritu Santo recibido.
Imaginemos que no hubiese apóstoles ni enviados ni comunidad
que anuncie y proclamen el Reino de Dios. ¿Qué pasaría? Es obvio suponer que
Jesús preparó un grupo que continuase su misión en este mundo. Misión que no es
otra que la de anunciar el Reino de Dios.
De modo que, abramos nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo que, desde la hora de nuestro bautismo, nos auxilia y nos asiste para que nuestra vida en coherencia con nuestra Palabra sea testigo y anuncio de la llegada del Reino de Dios. Amén.
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