Pronto
se nos olvida la niñez y dependencia de nuestros padres. Pronto se nos olvida,
con el alcance de la madurez, que fuimos niño y que todo estaba en manos de
nuestros padres. Y, ahora, mayores, todo sigue en manos de nuestro Padre Dios.
Seamos pequeños y humildes.
Dame,
Señor, no me cansaré de pedírtelo, la paz, sabiduría y fortaleza para trabajar,
siguiendo tus Mandatos y Palabra en la tu Viña, para que este mundo, en el que
me has puesto sea cada vez más parecido a lo que Tú quieres que sea según tu
Amor Misericordioso.
Podemos reflexionar que, como sucedió en Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, también nosotros hemos visto milagros. Recibido el mensaje de la Buena noticia y, ¡quién sabe cuántas cosas más…! ¿Cuál ha sido nuestra respuesta? Creemos en el Señor.
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