Para
creer y obedecer, primero, hay que abajarse, ser humilde y confiar en nuestro
Padre Dios. Y eso solo lo puedes hacer recuperando ese corazón de niño que
tuviste en tu infancia y adolescencia. Un corazón dócil, obediente y confiado
en tu Padre Dios.
Quiero,
Señor, emprender una nueva vida. Una vida siguiendo tus pasos, tus enseñanzas y
conforme a tu Palabra. Una vida donde, Tú, seas mi Señor, y yo tu siervo fiel a
tu Palabra. Una vida donde mi prioridad sea tu Palabra y Voluntad. Amén.
Mientras
no experimentemos la necesidad de un Padre Dios que nos salve y nos dé eso que
afanosamente buscamos, la felicidad, no seremos como niños que necesitan todo
de sus padres. Lo mismo ocurre ahora, necesitamos considerarnos hijos de Dios.
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