Señor,
la fe de aquel centurión fue grande hasta el extremo que sus palabras las
repetimos a lo largo de la historia en cada Eucaristía que celebramos. Danos
también a nosotros esa fe de creen en tu Palabra y llevarla, cada día, a
nuestra vida.
Señor,
me siento un privilegiado porque sé que Tú, que me has creado, no me abandonas,
me buscas y quieres llevarme contigo para que comparta tu Gloria y tu
eternidad. Gracias Padre, porque, entre otras cosas, me has hecho hijo tuyo en
el bautismo. Amén.
La fe nos debe cuestionar y sacarnos de nuestro estado aletargado e instalado en la comodidad o rutina de cada día. No puede dejarnos pasivos, conformes y en reposo. La fe, si es fe, debe movernos a vivir la Palabra que Jesús nos da y enseña. Vivirla en el amor.
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