Es verdad, cuesta
seguir adelante si realmente ponemos nuestros ojos en el mundo. Nos seduce, nos
gusta y nos atrae, pero es caduco y sabemos que también todo termina. Luego,
¿de qué nos vale ganar este mundo si al final todo se pierde?
No hay mayor
consuelo y esperanza que descubrir que Jesús está conmigo a cada instante de mi
vida y en todo momento. Incluso en los lugares donde nadie puede estar conmigo,
Él llega, me conforta, me consuela, me llena de esperanza y alegría. Y levanto
el vuelo y sigo sus pasos.
Quizás será mejor
seguir y creer en lo que nos dice Jesús, porque es el final lo que
verdaderamente importa. De nada vale vivir unos años, en el mejor de los casos
no más de noventa, y no en plenitud de felicidad si al final perdemos la
felicidad plena en la Gloria de nuestro Padre Dios para la eternidad. Mejor
creer y fiarnos de su Palabra y seguir sus mandatos. Porque eso sí nos llevará
a lo que buscamos: plenitud de felicidad eterna. Amén.
No hay mal que
cien años dure. Nuestra vida tiene un recorrido y si lo hacemos con amor y
misericordia, a pesar de las tristezas y llanto que el camino de amor nos
produce, reiremos al final que es lo que verdaderamente importa. Y será una
alegría y gozo eterno.
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