Podemos engañarnos
si no estamos atentos y vigilantes. Pueden ser buenas nuestras intenciones,
pero somos objetivo del demonio, del mundo e incluso de nuestra propia carne.
Ellos quieren separarnos de nuestro Padre Dios y condenarnos.
Es la hora del
comienzo, de empezar el camino, llega Pentecostés y, abiertos a su acción, el
Espíritu Santo nos inunda el corazón de fortaleza, de luz y de gozo, en la
esperanza de alcanzar la resurrección en Xto. Jesús por la Gracia de Dios
Padre. Junto a María abramos nuestros corazones a la acción del Espíritu Santo.
Y si no vamos injertados en el Espíritu de Dios, caeremos en las garras del demonio, del mundo y de nuestras propias pasiones. Por eso, necesitamos al Espíritu Santo para que fortalecidos en Él podamos salir victoriosos de esa lucha contra los enemigos de nuestra alma: mundo, demonio y carne. Y, en la medida de que estemos liberados, podamos amar, como nos ama nuestro Señor, en los hermanos, despreocupándonos un poco más de nosotros mismos hasta el extremo de darnos como se da Jesús y nos lo entregó el Padre.
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