De nada vale ganar
fama, riqueza, tener buena vida y todo el éxito que quieras si todo, tarde o
temprano, acaba. Lo caduco vale poco, por no decir nada. Y lo único verdaderamente
importante es apostar por esa vida que llevamos escondida en lo más profundo de
nuestro corazón.
Señor, reconozco y
soy consciente de que tengo un corazón contaminado, herido por el pecado,
turbio y amenazado por mis pasiones y egoísmos. Sé que necesito un corazón
nuevo, limpio y puro, pero, sin ti, mi Señor, me será imposible transformarlo.
Haz, Señor, eso te pido, que mi corazón endurecido por el pecado se transforme
en un corazón limpio, puro y suave por el amor.
Porque, es una
evidencia que todos deseamos vivir eternamente. Es el anhelo más profundo que
todo ser humano tiene, y al que aspira: «felicidad eterna». Por
tanto, si ese anhelo está escrito dentro de nosotros es porque Alguien lo ha
impreso y sellado en lo más profundo de nuestro corazón. Y ese Alguien nos la
ha anunciado, prometido y nos invita a no tener miedo por defender y creer en
esa Vida Eterna.
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