El problema no es
el pecado, sino el arrepentimiento y la confianza en la Misericordia de nuestro
Padre Dios. La cuestión no es caer, porque nuestra naturaleza, herida por el
pecado, es propicia a la caída. El problema es levantarse.
Silencia, Dios
mío, todo ese ruido mundano que me desvía de mi camino hacia Ti. Haz que en el
silencio interior de mi corazón, Tú ocupes el centro y mi vida sea reflejo de
tu Palabra y Amor Misericordioso. Amén.
Porque, nos está permitido caer – para eso se nos ha regalado el Sacramento de la reconciliación – para levantarnos. Pero está prohibido permanecer en la caída. Nuestro Padre Dios nos espera con los brazos abiertos y no perdona con su Infinita Misericordia. Sabe de nuestras debilidades y caídas, y espera con una paciencia infinita y misericordiosa nuestro arrepentimiento y dolor de corazón. Porque, sabe que lo que deseamos en lo más profundo de nuestro corazón es volver a Él.
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