Es evidente que
nuestra libertad nos hace responsables. Podemos, gracias a esa capacidad de ser
libres, hacer el bien o el mal. Entendemos que, y así lo experimentamos, hacer
el bien es lo que nos gustaría, y lo deseado, pero nos sabemos también
sometidos e inclinados al pecado.
Si continúo en la
lucha; si me sostengo firme en mi camino; si supero las adversidades y
sufrimientos que quieren alejarme de Ti, es, Señor, porque tu Espíritu está
conmigo, me fortalece, me llena de esperanza y me conforta en el deseo de
encontrarme contigo en la Vida Eterna.
Reconocernos pecadores nos ayuda a arrepentirnos y a ponernos en situación de luchar contra el mal para hacer el bien. Esa será nuestra lucha, la de cultivarnos en la santidad para dar frutos de amor y misericordia. Y, precisamente, para eso ha venido a nosotros, en la hora de nuestro bautismo, el Espíritu Santo, que nos asistirá, fortalecerá y ayudará a hacer el bien de acuerdo con la Voluntad de nuestro Padre Dios.
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