No es cuestión de cumplir,
ni siquiera de ser perfecto, porque, tanto lo uno como lo otro nos será
imposible. Se trata de creernos sus hijos, sus criaturas y dejarnos llenar de
su Gracia. Porque, sólo con y en Él podremos alcanzar la dicha de ser sus
hijos.
Había sido crucificado y no le quebraron los pies
porque vieron que estaba muerto. Dicho de otra manera, su misión en la tierra
había terminado. Entregó su Vida, según la Voluntad de su Padre, para pagar el
rescate de todos los hombres y recuperar, para todos, la dignidad de hijos de
Dios.
Porque, sólo viéndonos
como sus hijos, seremos capaces de mirarlo como el Padre Bueno que nos quiere,
nos protege y busca nuestra dicha y felicidad. Y movernos a obedecerle y hacer
su Voluntad reconociéndonos pecadores e imperfectos y con verdaderos deseos de
acoger su Infinita Misericordia y su salvación. Amén.
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