Buscamos, con
mucha frecuencia, respuestas a nuestros interrogantes y problemas en nuestra
propia experiencia mundana, y difícilmente encontramos soluciones que nos aporten
luz. Nos resistimos a entender que esa luz no está en el mundo.
Ahí, Señor, ahí,
en ese humilde lienzo, queda la impronta de tu rostro, el reflejo de tu
sufrimiento y la entrega de tu amor misericordioso, para rescate de nuestra
dignidad de hijos de tu Padre Dios y para redención de todos nuestros pecados.
Sólo la Luz que
viene de lo alto nos puede alumbrar y dar respuesta a nuestros interrogantes y
búsquedas. Y esa Luz está en Jesús, el Hijo de Dios, que enviado por su Padre,
ha bajado a este mundo a anunciarnos el Amor Misericordioso de su Padre, y a
decirnos que sólo en Él podemos encontrar esa luz que nos alumbra el camino a
la verdadera felicidad eterna.
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