No somos de este mundo. Y no lo somos porque
devolver bien por mal no es cosa de este mundo. Aquí, en este mundo, no se da
nada gratuito, y menos cuando al que das te devuelve mal. Nuestro corazón,
abierto a la acción del Espíritu Santo, se resiste al egoísmo.
Tu presencia, Señor, me conforta, me llena de
esperanza y me fortalece a cada instante que, por mis debilidades y pecados, me
diluyo en la oscuridad y me pierdo en mis miedos e inseguridades. Abre, Señor,
mi corazón al amor y la misericordia para que pueda encontrarte y amarte en los
demás.
Sin embargo, ese es el reto que nos pone Jesús. Y no solo, nos lo ha puesto, sino que es Él el primero en cumplirlo. Su vida termina en la cruz por amor, y como respuesta a no defenderse con violencia, sino aceptando la violencia del hombre y devolviendo amor y misericordia. Solo así, injertados en Él y abiertos a la acción del Espíritu Santo, que nos lo irá aclarando, podemos, si no entenderlo, asumirlo y vivirlo.
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