Cuando el centro de tu corazón está ocupado
por el Amor de Dios, tu vida salta llena de gozo y alegría manifestando ese
Amor Misericordioso que salta hasta la vida eterna. Y no podrás evitar que se
transmita y contagie a todo aquel que pasa a tu lado.
En cada instante de mi vida, Señor, tu sola
presencia me fortalece, me sostiene, me anima, le da sentido a mi vida y
orienta mi camino. Y haces de apoyo para que resista los embate de la vida. Me
pregunto, Señor, ¿qué haría sin Ti?
Pero, ¡claro!, nunca podrás hacerlo si antes
no descubre ese gran Tesoro que hay dentro de tu corazón. Recuerda aquella
parábola – Mt 13, 44-46 – de aquel que descubre, en un campo, un gran tesoro, e
inmediatamente vende todo para comprar aquel campo. Bernabé, el apóstol
conocido: «hijo de la consolación» nos alumbra el camino.
Vender, se entiende, colocar al Señor en el centro de nuestro corazón poniendo todos nuestros talentos y cualidades a su servicio, siendo Él lo primero y lo único. Es decir: amar con misericordia y generosidad. Jesús, su Palabra es nuestra meta, nuestro hacer de cada día, nuestro objetivo y nuestro vivir. Él es nuestro Camino, Verdad y Vida.
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