De
niño no impones tu voluntad, sino obedeces y aceptas la de tus padres, aunque
no la entiendas. Confías en que buscan tu bien. ¿Qué ocurre cuando creces? Poco
a poco el mundo, el demonio y la carne van manchando tu corazón, y la confianza
se trueca en desconfianza.
Es
la Madre, no podía ser de otra manera. La Madre que asciende al Cielo por la
Gracia del Hijo. La Madre, que nos enseña el Camino, la Verdad y la Vida para
que, siguiéndolo, alcancemos la Gloria, junta a ella, en el Cielo.
Un
día descubres que has dejado de ser ese niño sencillo, abierto y alegre. Tal
vez la soberbia, la avaricia, la lujuria o el egoísmo han endurecido tu
interior. Pero aún puedes volver: el Reino sigue esperando a quien se hace
pequeño, y el Padre siempre está dispuesto a devolverte la inocencia que un día
conociste.
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