Seguir a Jesús pasa por abandonar nuestros propios
quereres e intereses. Un camino de adelgazamiento del ego, que se hincha con
sus haberes y pasiones.
Hay momentos en que experimento desaliento y mi alma
parece tibia, desfallecida y sin ánimo para seguir construyendo esos proyectos
que me dan fuerza y me hacen ver tu presencia, Señor, en mi camino. Es entonces
que recurro a Ti, Espíritu de Dios, para que levantes mi alma y fortalezcas mi
espíritu.
Mientras, el yo verdadero —humilde, libre y generoso— va fortaleciéndose en el interior al recorrer el camino de Jesús. Una vía de abnegación, para que lo más evangélico de nosotros brote limpio al servicio del Reino.