Es posible que,
por nuestra fragilidad, seamos propenso a olvidarnos de todo lo bueno que hemos
recibido. Quizás sea eso uno de nuestros pecados que más nos cueste vencer. La
Cuaresma es tiempo para eso, para prepararnos y ejercitarnos en la presencia de
Dios.
Todo concluye en
el amor. Si no tengo amor de nada vale mi vida. Es el amor lo que da sentido a
la vida. Y yo, Señor, quiero amar. Amar como amas Tú y como me has enseñado.
Dame la fuerzas para poder amar a tu estilo y también dejarme amar.
Necesitamos tiempo
y silencio. Pararnos y serenamente tranquilos y en paz discernir el camino y
destino de nuestra vida. Porque, sabemos y es cierto que los años no pasan en balde
y nuestra vida y camino en este mundo tienen su final. Por tanto, sería muy
interesante y vital discernir a dónde vamos. Para eso nos viene muy bien este
tiempo de Cuaresma.
No trates de hacer
las cosas buscando y pensando en lucirte y que te vean. Hazla, principalmente,
por amor y sin buscar lucirte ni admiración o honores. Simplemente por amor y
sin ánimo de recompensa.
Abramos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo. Porque es Él el único y verdadero protagonista de la evangelización que, valiéndose de nosotros y de nuestra apertura a su acción despierta la impronta de Jesús, el Hijo de Dios, que vive en el corazón de cada hombre y mueve a un encuentro serio y profundo con Él.
Nunca iremos solos. Nunca estaremos solos ante el peligro porque el Espíritu Santo está con nosotros. Y siempre en Él tenemos que apoyarnos y poner todas nuestras esperanzas porque Él es, como nos dice el Papa Francisco hoy, el verdadero protagonista de nuestra potencial evangelización.
Desde la hora de nuestro bautizo, el Espíritu Santo nos acompaña, nos fortalece, nos ilumina y nos impulsa, si le abrimos nuestros corazones, a la acción de dar a conocer a Jesús, nuestro Señor, y a propiciar un encuentro del hombre con Él, el Hijo de Dios.