Al hombre y la mujer les
cuesta obedecer. Ya sucedió con nuestros primeros padres cuando se rebelaron
contra el mandato de Dios, pero sigue sucediendo en cada momento que nos
rebelamos o somos indiferentes a los impulsos del Espíritu Santo.
No queremos saber nada del
Espíritu Santo y obedecemos nuestros propios impulsos siguiendo nuestras
apetencias e intereses sin sopesar ni reflexionar sobre lo que el Espíritu
Santo nos pueda indicar. Es más, lo ignoramos y le cerramos las puertas de
nuestro corazón.
Corresponder al compromiso de
nuestro bautismo es dejar que el Espíritu Santo gobierne nuestra vida. Primero,
porque sabe más que nosotros y porque busca nuestro bien; segundo, porque es el
único que puede guiarnos por el verdadero camino que conduce a la Casa del
Padre.