Las emociones nos traicionan. Hoy vemos una cosa de una
forma, pero, mañana la sentimos de otra. La conversión no puede ser producto de
una emoción, porque se derrumbaría en cualquier momento. La conversión es el
resultado de nuestra propia maduración y camino, y eso se va gestando según se
camina.
Jesús nos dice: « ¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo
compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en
su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Ese crecimiento lleva su tiempo y descubre nuestra actitud y
fe, porque la fe se demuestra caminando.
La consigna está en no
desfallecer ni desanimarse. El camino puede hacerse largo y fatigado, pero
nuestra esperanza está puesta en el Señor. El nos ha prometido venir y lo
cumplirá, porque el Señor siempre cumple su Palabra. La prueba, la Resurrección
de su Hijo, el Señor, entregado a una muerte de Cruz para nuestra salvación.