Jesús le puso palabras a ese rechazo que solemos hacer de lo
conocido: “Nadie es profeta en su tierra” y eso ha llegado hasta nuestros días.
La realidad es que sucede, y siempre cuesta más destacar o ser reconocido entre
los tuyos. Lo desconocido nos parece de más importancia y les prestamos más
atención.
Jesús, el Señor, experimentó eso en su propia carne. En su
pueblo no fue reconocido y sus Palabras como sus milagros fueron obviados y
minimizados. Para ello no era más que el hijo del carpintero y de la joven y
sencilla María, y sus discípulos jóvenes y conocidos del pueblo.
También hoy sigue
ocurriendo lo mismo. Los que nos hablan de Él son amigos nuestros, conocidos o
familia, y no le damos crédito a sus palabras. Les conocemos y sabemos de dónde
vienen y quiénes son, y no nos merecen fiabilidad. Pero, tampoco ni a su
Palabra ni a su Iglesia le hacemos caso. Siempre habrá más posibilidad si la
Palabra del Señor nos llega de alguien desconocido.