Ocurre que no estamos seguros de la respuesta de Dios. Le
pedimos por la salud de esta u otra persona, pero, quizás, en lo más profundo
de nuestro ser, lo hacemos por mimetismo o costumbre, pero no convencidos de
que el Señor nos escucha y nos atiende.
No terminamos de creérnoslo. Para el Señor no hay nada
imposible, y todo lo puede hacer. Otra cosa es que eso que le pedimos no sea lo
que nos conviene. Incluso, aunque sea la salud de alguien o la nuestra propia.
No sabemos nuestra hora y la que nos corresponde. Así han tenido que morir
verdaderos creyentes, que han dado su vida por el Señor.
No sabemos ni
entendemos los planes de nuestro Padre Dios. Pero si sabemos que Dios nos
quiere y nos escuchas. Somos sus hijos y se preocupa por cada uno de nosotros.
Confiados en su Palabra y en su Acción, nos abandonamos a su Misericordia
sabiendo que todo lo que hace es bueno para nosotros. Otra cosa es lo que
hacemos nosotros irresponsablemente, y, luego, queremos que nos saque del apuro.