La experiencia nos dice que si el Amor de Dios no está en primer lugar, las cosas, aunque a primera vista aparenten ser como queremos, al final no son como queremos. Todo lo de aquí abajo no se sostiene en el tiempo y es temporal y caduco.

Y esa caducidad no te deja ser feliz. Porque, la felicidad se esconde en el amor. Pero, no en un amor humano, que es imperfecto y sujeto al pecado, sino en el Amor Infinito y Misericordioso con el que Dios, nuestro Padre nos quiere. 

Por tanto, buscar ese Amor debe ser nuestra primera prioridad. Y es lo más lógico, porque, si buscamos la felicidad, aquí en este mundo no la encontramos. Se hace necesario, por consiguiente, escuchar a Dios, porque, Él nos propone esa felicidad que tanto buscamos.

 

Siempre conviene ser prudente e instalarse en los últimos puestos que, se te corresponde ocupar uno superior, siempre quedarás mejor considerado que si fuese al contrario. Y serás enaltecido al señalarte para que ocupes un puesto superior.

Es, precisamente, eso lo que nos dice Jesús en el Evangelio de hoy sábado: «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga:

‘Deja el sitio a éste’, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube más arriba’. Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».

 

Cuántos conflictos en instituciones y cargos públicos respecto a leyes y actos que tiene influencia en los demás. Y todos se esconden en interpretaciones de leyes que, se hacen – al menos deben hacerse – para el bien de los ciudadanos y no de los gobernantes.

Pero, no importa. La ley manda cuando coincide con mis intereses y satisface mi ego personal. Y, el bien que se pueda hacer a otra persona queda minimizado y en segundo plano. La historia de la ley de los sábados se repite a menudo en otras leyes que no buscan el bien de los hombres sino el de los legisladores.

Miremos y pensemos que la ley siempre debe estar para regular, ayudar, asistir y beneficiar a los hombres y mujeres. Porque, en función y para su servicio se hacen. Por tanto, dejemos de impedir que la ley cumpla su misión para la que está destinada.

 

 

Jesús nos enseña a acudir a nuestro Padre en esos momentos que necesitamos tomar decisiones para abrirnos a sus consejos y sabiduría. Es obvio que Dios nos ha dado libertad para decidir, pero, es obvio también que necesitamos su asistencia y luz para saber qué decisión es la mejor.

Toda nuestra vida es una toma decisión. Se nos presentan dos caminos: “El bien y el mal” No hay término medio. Entre frío y caliente está la decisión. La tibieza no nos sirve porque nos deja indiferente. Tomar el camino del bien es la decisión sabia, y, para ello, necesitamos hablar con nuestro Padre Dios.

No perdamos, pues, la ocasión de hablar con nuestro Padre Dios. Recemos también por aquellos que se las dan de suficiente y de bastarse por ellos mismo, a pesar de que dicen lo contrario. Y pidamos al Señor esa sabiduría, paz y fortaleza para caminar por el camino del amor. Amén.

 

 

Posiblemente no lo hayas visto, o, quizás, no hayas querido verlo. De cualquier forma Él no se ha ido. Está a tu lado y con los brazos abiertos. Dependerá de ti que acudas y te dejes abrazar por su Amor y Misericordia Infinita. Recuerda, Dios es tu Padre y como Padre, te ama infinitamente.

Y, por supuesto, quiere salvarte. ¿O es que no lo has advertido? Tan despistado está que quizás cuando te des cuenta esa puerta estrecha – que ahora no adviertes pero, por la que tendrás que pasar, si quieres Vida y Gloria Eterna – la puedes encontrar cerrada para siempre.

Por lo tanto, ¡espabila y despierta! ¡Abre los ojos y oídos y escucha la Palabra de Dios que te marca el camino a seguir! Hay dos puertas, la ancha y espaciosa y la estrecha. Jesús, el Hijo de Dios, te invita a entrar por la estrecha. No te fíes de las apariencias y confía en el Señor.

 

          De alguna manera nuestra vida empieza de ser una simple criatura hasta llegar a hacernos personas adultas. Si observamos y pensamos vemos nuestra semejanza con el reino de Dios. De ser un insignificante embrión – al que incluso le discuten la vida – a desarrollarse como persona.

         El amor, sembrado en el corazón humano, es quizás el equivalente a la levadura que, si fermenta la sociedad – masa – se extiende por todas partes. Sin embargo, experimentamos que ese amor – contaminado por el pecado – no surte el efecto que de él se espera.

         ─¿No crees que si amaramos como el Señor nos ama, el amor fermentaría a todo el mundo? La experiencia nos dice que donde hay presencia de un amor ─ al estilo de Jesús ─ todo queda impregnado de ese amor y reverdece la verdad, la justicia y la paz.