Alejarse de los padres es
peligroso. Precisamente cuando todavía no se es maduro y se corre el peligro de
quedar engullido por el mundo, demonio y carne. Pero, alejarse del único y
verdadero Padre, que nos salva y nos libra de las tentaciones mundanas, del
demonio y la carne, es ya la perdición.
Jesús, el Señor, nos habla
hoy de un Padre bueno, que nos quiere, que respeta nuestra libertad y nos
atiende dejando que actuemos según nuestra voluntad. Pero, que nunca nos deja y
siempre está pendiente de sus hijos para darnos la ayuda que necesitamos.
Y no nos recrimina, sino todo
lo contrario, nos acoge, nos disculpa, no nos pide cuenta, sino que actúa de
forma diferente. Nos recibe con los brazos abiertos y nos perdona sin mirar
nuestras ofensas o equivocaciones. Nos restituye nuestra dignidad de hijos y
celebra con un festín nuestro regreso.