Cumplir no significa que seamos buenas personas. O, dichos de otra forma, que seamos buenos cristianos. La Ley no nos justifica, sino la buena intención que vive y sale de lo más profundo de nuestro corazón. Y la primera exigencia del amor es el olvido de uno mismo.
Porque, cuando vives sin pensar en ti sino en dar prioridad al bien del otro, estás dando coherencia a tu cumplimiento en sintonía con tus actos. Es, entonces, cuando estás en disposición y en disponibilidad de despojarte de todo aquello que te impide seguir y vivir en la Voluntad de Dios.
Claro, eso no lo puedes conseguir por tus propias fuerzas ni medios. Necesitas la Gracia y la acción del Espíritu Santo – que has recibido en tu bautismo – para poder salir victorioso y vencer ese pecado que te inclina a hacer el mal y a resistirte en poner en tu vida como primera opción a Jesús.