A pesar de nuestros
esfuerzos la semilla crece sola cuando está en su medio y encuentra la tierra
apropiada. No depende de nuestros esfuerzos ni de nuestro trabajo, sino de la
Gracia de Dios. Nuestro corazón necesita, igual que la semilla, tierra buena y abierta al abono
de la Gracia de Dios.
Nuestro corazón ha sido
sembrado con una simple semilla, huella de Dios y semejante al Él. Esa semilla,
dada las condiciones necesarias, es fecundada por el encuentro con el Señor y
germinada por su Gracia dará frutos. Frutos que llevaran en su núcleo el amor.
Y ese amor se hará tan
grande que inundará el mundo de buenas obras, de verdad, de justicia y de paz.
Por eso, será necesario que cada semilla, sembrada en cada corazón, germine y
dé buenos frutos, para que el mundo quede impregnado del amor de Dios. Amén.