Tanto María como Isabel
recibe el don de la maternidad. Todas las mujeres tienen esa opción de generar
una nueva vida, pero no todas pueden realizarla. Es un don grandioso ser madre
y una misión hermosa de dar al mundo nuevas personas para perpetuar la especie
humana.
Una especie humana creada por
Dios a su imagen y semejanza. Por lo tanto, no de cualquier forma sino para ser
sus hijos y llamados a vivir en plenitud la Gloria Eterna que el Padre quiere
compartir con sus hijos.
El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo,
si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él -Rm
8, 16-17-.