Estamos tentados al narcisismo. Es decir, a mirarnos
en el espejo para ver nuestro propio rostro y gozarnos de nosotros mismos. Nos
tienta nuestro cuerpo, nuestro yo y nuestras apetencias. Me importo yo y centro
todos mis esfuerzos en mí mismo y en buscar mi propio gozo y satisfacción.
Y cuando las cosas no salen como a mí me gusta dejo
escapar mi descontento y mis quejas. Todo es consecuencia de lo mal que hacen
las cosas los otros. Todo lo justifico en los otros y me lamento del mal que
hacen los demás. Mientras yo no hago sino justificarme con mis quejas y
descontentos como víctima del mal de los demás.
Y, por último, todo lo veo negro. Pierdo la esperanza
y mis quejas pasan a cuestionar mi vida y mis actos. ¿Para qué, me pregunto,
trabajar y esforzarme por construir el bien si vienen los demás a destruirlo
todo? Mi pesimismo destruye toda esperanza y el mundo y la vida pierden todo su
sentido.