En nuestra vida ocurre que no todo lo que oímos lo
retenemos. Se hace necesario escucharlo y prestarle atención. Rumiarlo
interiormente y guardarlo conscientemente dentro de nuestro corazón, para
sacarlo en el momento oportuno y necesario. Así, podemos aparentar escuchar,
pero simplemente oímos y el viento se lo lleva.
La palabra se hace vida cuando, escuchada somos capaces de
transformarla en obra y darle animación y vida en nuestra propia vida, valga la
redundancia. Sólo así se hace reflejo de lo que hay y se experimenta en nuestro
corazón. De lo que abunda en el corazón, rezuma la boca.
Jesús, nuestro Señor,
vivió muchos momentos de su Vida en unos lugares concretos, pero se lamentó que
en esos lugares, Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, no interiorizarán su Palabra y
la dejasen evaporar. ¿Puede, quizás no nos hemos dado cuenta, qué a nosotros
nos esté sucediendo lo mismo? Tratemos de que esto no nos suceda.