La ley exigía la purificación de María y, María, Inmaculada no necesita de ninguna purificación, pues ya ha sido purificada por la Gracia de Dios y elegida Madre del Mesías, pero, sometida a la ley cumple – sin ningún privilegio – y pagando un rescate humilde del rango de pobre.
Dios se hace hombre y se comporta como un hombre cualquiera. No quiere destacar ni privilegios. Se somete a la ley y como otro cualquiera cumple con lo establecido. Y, como una familia sencilla, humilde y pobre, María, José y Jesús se presentan en el templo para cumplir con la primogenitura y purificación de María.
La verdad se esconde en la humildad, la sencillez y lo desapercibido. La verdad no necesita alardes ni privilegios. Destaca por sí misma y no necesita de notoriedad ni de ruidos notables. Jesús pasa en su presentación desapercibido, a excepción de Simeón que había sido advertido por el Espíritu Santo.
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