Todos estamos de acuerdo que
si el mundo tuviese más amor, todo iría mejor. La solución para este mundo
sería, pues, adoptar lo que Jesús nos ha dejado como mandato: “Os doy un
mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros.
Así como yo os he amado,
amaos también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán que vosotros son
mis discípulos: en el amor que os tengáis los unos a los otros. Es obvio que
viviendo en este mandato sería difícil encontrar problemas en nuestro mundo.
La pregunta se cae de madura: ¿Por qué, entonces, no ponemos en práctica esta regla? ¿Qué nos impide llevarla y vivirla en nuestras vidas? Realmente, ¿queremos que se arreglen los problemas en este mundo? ¿Pensamos que todos los hombres son iguales en derechos y dignidad?
La pregunta se cae de madura: ¿Por qué, entonces, no ponemos en práctica esta regla? ¿Qué nos impide llevarla y vivirla en nuestras vidas? Realmente, ¿queremos que se arreglen los problemas en este mundo? ¿Pensamos que todos los hombres son iguales en derechos y dignidad?
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