martes, 16 de agosto de 2016



Un hombre rico es aquel que busca su “yo” por encima del “tú” del que tiene delante. Su riqueza consiste en procurarse satisfacción a sí mismo y dar salida a sus ideas y egoísmos, independiente de las riquezas materiales que tenga. La riqueza no está en el tener, sino en la actitud posesiva de lo que se tiene, ya sea mucho o poco.
                  
De modo que, teniendo poco se puede ser rico y teniendo mucho ser pobre. Es la actitud desprendida y generosa la que determina la riqueza del corazón. Por lo tanto, las motivaciones que inducen y llevan a sustituir a Dios por la riqueza son las de confiar y cree que, teniéndolas, se puede ser feliz y prescindir de Dios.

Y eso lo hacen los que son ricos materiales, pero también los pobres. Y los que piensan y creen en el poder de su razón y la ciencia, apartando a Dios. Sus corazones están llenos de ideales y riquezas que terminan donde mismo empiezan, en este mundo. Sus propias riquezas los descubren caducos y finitos. Y eso es mercancía sin valor.

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