Si nos fijamos atentamente, Dios no quiere el dolor ni el sufrimiento. Jesús, enviado a Anunciar la Buena Noticia, pasa todo su tiempo de vida pública sanando y curando a enfermos. Donde quiera que vaya, anuncia la Buena Noticia, proclama la Palabra y cura a los enfermos que les acercan.
Llega el momento que, conociendo su llegada, llevan a todos los enfermos a su presencia. Jesús no quiere el dolor. Nos alivia y nos cura. Sin embargo, sabemos también que no llega a todos. Hay quienes se quedan con su dolor. Pero, también los curados volverán de nuevo a enfermar.
Deducimos y entendemos que el dolor hará presencia tarde o temprano. Es algo que está dentro de la naturaleza del hombre y hay que aceptar. Ahora, la diferencia es que sostenida la mirada en el Señor – en su Cruz – el sufrimiento, a pesar de que permanezca, encuentra sentido, alivio y se hace soportable. Jesús ha venido a salvarnos.
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