Es evidente que la
fe es un don de Dios. Su misterio y grandeza superan todas nuestras
posibilidades intelectivas hasta el punto de ser inalcanzable para nuestro entendimiento.
Solo lo podemos adquirir como don gratuito de nuestro Padre Dios.
Sin ti, Señor, no
sé dar un paso consciente de mis errores y pecados. Contigo si me siento más
seguro, más firme y confiado en acertar y hacerlo bien. Por eso, Señor, te pido
que tomes mi vida y la hagas fecunda. Amén.
Nuestra insistencia y perseverancia son verdaderos antídotos que nos ayudarán a no desesperar y a combatir nuestras debilidades frente a las seducciones que el mundo, demonio y carne tratan de ofrecernos para someternos y esclavizarnos hasta el punto de que rechacemos a nuestro Padre Dios.
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