De niños ignoramos
el peligro y la fuerza que intimida e impone. Nos presentamos tal como somos,
débiles y frágiles; indefensos y pequeños, pero confiados y esperanzados en un
Dios que nos quiere y nos protege. Y en y a Él nos confiamos.
Eso, Señor, es lo
que busco y quiero, que Tú estés siempre en el centro de mi vida, que no me
compare con nadie ni pretendan que los demás sean como yo. Dame esa fortaleza y
sabiduría para, como tu Madre, tenerte siempre en mi corazón.
Sucede que de niños nos sentimos seguros con nuestros padres. Asidos a sus manos vamos donde nos lleven, Ignoramos el peligro y para nada nos importa nuestra debilidad. Nos sentimos protegidos de todo peligro. Aceptamos y creemos en sus palabras. Todo lo que nos dicen está bien para nosotros aunque no lo comprendamos. Somos sus hijos y Él es nuestro Padre. Y eso nos basta.
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