Hoy, el Evangelio, nos habla de la aparición de Jesús sobre
las aguas. Los discípulos pensaron que era un fantasma y, asustados, empezaron
a gritar. Jesús les descubre que se trata de Él, y les anima a perder el miedo
y a confiar. Pedro, queriendo confirmarlo, le pide que le mande a ir hacia Él
sobre las aguas. Y así ocurre.
Pero, temeroso por el fuerte viento empieza a dudar una vez
iniciada el camino y empieza a hundirse. Lleno de pánico clama al Señor: “¡¡Señor,
sálvame!! E inmediatamente, Jesús tiende su Mano, le agarra y le salva. Más le
dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (Mt 14,
31).
¿Llamamos nosotros también al Señor en los momentos que sentimos hundirnos en nuestra vida? ¿Creemos que nos tenderá su Mano y, agarrándonos, nos salvará? ¿Tenemos fe que el Señor vive en nuestras vidas y se nos hace presente cada día, de forma especial en la Eucaristía? Hay muchas preguntas que nos interpelan y que esperan nuestras respuestas.
¿Llamamos nosotros también al Señor en los momentos que sentimos hundirnos en nuestra vida? ¿Creemos que nos tenderá su Mano y, agarrándonos, nos salvará? ¿Tenemos fe que el Señor vive en nuestras vidas y se nos hace presente cada día, de forma especial en la Eucaristía? Hay muchas preguntas que nos interpelan y que esperan nuestras respuestas.
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