Jesús no ejerce una
justicia severa ni responde a las expectativas humanas de fuerza. Esa fue la
confusión de Juan, que envía a sus discípulos a preguntarle si Él era realmente
el Mesías o si había que esperar a otro.
Señor, toma las riendas
de mi vida, hospédate en mi corazón, límpialo de toda inmundicia y transfórmalo
según tu Voluntad. Haz, Señor, que viva en tu amor y misericordia. Amén.
La respuesta de Jesús es luminosa y definitiva: “Los ciegos ven, los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Con Él llega la Buena Noticia. Con Él, la misericordia se hace vida.
Nosotros también podemos vivir esa misma duda. Abramos hoy el corazón para descubrir al verdadero Mesías: el que viene para sanar, liberar y anunciar esperanza.
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