En muchos momentos, no es el peligro el obstáculo del camino, sino la rutina de tener que saltarlo cada día. Esa falta de perseverancia debilita nuestra fuerza y deseo de enfrentarnos siempre con la misma batalla y en la misma guerra. Porque lo verdaderamente importante es perseverar en la fe y continuar el camino.
Desde esa actitud encontramos sentido, esperanza y motivación para emprender cada día el mismo salto y superar el mismo obstáculo, pues siendo variados y diferentes no dejan de ser el mismo pecado: romper la amistad con Dios.
Pedir y esforzarnos ser perseverante es rogar que el Espíritu de Dios sostenga nuestra fe y nuestra impulso de emprender cada día el reto gozoso de superar los obstáculos que nos separan del Amor de Dios y dejarnos llevar por la creatividad y los impulsos de su Espíritu.
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