A veces la vida se tuerce y experimentamos que nos pesa
hasta el punto de sentir que se nos encorva nuestra espalda. Y esa actitud
encorvada nos hace mirar para el suelo y no impide mirar para arriba. Luego,
nuestra mirada terrenal nos ciega y nos somete a fijarla en las cosas de aquí
abajo.
Acostumbrado a caminar con una actitud encorvada, no vemos
bien el horizonte, ni la claridad del camino despejado. Quedamos atrapados por
nuestra inclinación terrenal y nuestra mirada empecinada y fija en el mundo.
Difícilmente seremos capaces de levantar y despejar nuestra mirada y dirigirla
hacia el Cielo.
¿Seremos capaces de
ponernos en la presencia de Dios y pedirle que nos ponga derecho? ¿Seremos
capaces de alabarlo y bendecirlo y darle gracias porque ha enderezado nuestra
vida? ¿Y seremos capaces de abrirnos a
la Gracia del Señor que nos ofrece su salvación?
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