Las bienaventuranzas nos marcan el camino para dar plenitud
a nuestra vida en su paso por este mundo. Seremos bienaventurados en la medida
que seamos capaces de tomar conciencia del sufrimiento del que está a mi lado y
también enfrente de mí. Porque si miro para mí, estaré buscando mi felicidad
aquí, pero la perderé para la eternidad.
Por eso, la alegría que se deriva del éxito de este mundo no
es perdurable, y lo que no perdura no es, ni bueno ni gozoso. La plenitud de la
felicidad está directamente relacionada con el tiempo. Si la felicidad no es
eterna no es plena. Y lo que no es pleno no sirve.
Así, Pablo estimaba basura las cosas de este mundo que no le
servían para llegar a alcanzar la Misericordia de Dios. Vale la pena correr y
sacrificarse, pero por algo perdurable, por lo que nos promete el Señor: Bienaventurados
seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal
contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa
será grande en los cielos.
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