Nos resulta más cómodo aplicar la letra y dejar su espíritu
dormido. Cuando hablamos de matar hablamos de la muerte física. Y si ella no se
produce, podemos afirmar que no ha habido muerte. Sin embargo, basta la
intención para que, aunque no por ley civil, pero sí desde la moral y el
pensamiento, haya también muerte.
Porque, no sólo matamos físicamente, sino también destruimos
a una persona con la lengua, las murmuraciones y pensamientos malintencionados.
La despojamos de su honor y prestigio y, aunque no la privamos de su muerte
física, si la dejamos muerta moralmente y avocada a su propia destrucción.
El espíritu de la Ley
va mucho más allá que la propia letra. Y a eso se refiere Jesús cuando nos
habla de lo que está dentro del corazón del hombre y va allá más lejos que el
propio acto material. No se trata simplemente de no hacer, sino de no desearlo
o pensarlo. Jesús, sin quitar ni modificar nada, perfecciona y da más sentido
profundo al espíritu de la Ley.
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